Manuel Álvarez Bravo, un fotógrafo al acecho.

Manuel Álvarez Bravo, un fotógrafo al acecho.

La obra de Álvarez Bravo nace con el siglo XX y se desarrolla durante ocho décadas con lo cual estamos en presencia de un testimonio viviente de la historia de México y con una contribución única a la historia de la fotografía moderna por su singular valor estético y su innovación. La exposición se inicia con un descubrimiento incluso para el conocedor de la obra del fotógrafo mexicano. Sus primeras obras eran fotografías paisajísticas en la tradición clásica, él mismo se encargó de destruir esas primeras imágenes poniendo de manifiesto la auto exigencia que siempre mantuvo con su propia obra y la necesidad de innovación y experimentación. El joven fotógrafo no podía seguir haciendo un arte tradicional y estaba preparándose la ruptura en concordancia con la época de las vanguardias de los años 20 cuya influencia iba a recibir.

Es al entrar en contacto con dos de los maestros de la nueva fotografía norteamericana, Edward Weston y Tina Modotti, cuando Álvarez Bravo inicia su experimentación con imágenes cuasi abstractas de edificios y arquitecturas tradicionales mexicanas que bajo su óptica se transforman en espacios modernistas donde predomina el vacío y la forma pura. En estas imágenes de 1925 en adelante no aparecen figuras ni cuerpos que romperían la perfección de las armonías del espacio. Su primera obra tras la destrucción de las fotografías de paisajes, es decididamente arquitectónica y abstracta, su referente son las imágenes del otro gran fotógrafo norteamericano Paul Strand y sus instantáneas de los rascacielos de Nueva York.

 

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Nueva York, la ciudad que Álvarez Bravo nunca fotografió es la otra sorpresa de la exposición. No vemos ninguna imagen de la gran manzana pero en los textos de los curadores de la exposición, la profesora mexicana Laura González y el crítico cubano Gerardo Mosquera, encontramos un dato histórico que nos lleva al gran poeta español de la generación de 1927, Federico García Lorca. Resulta que en esos años el poeta andaluz se encontraba en Manhattan escribiendo su único guión cinematográfico, “Viaje a la luna” que regalaría al fotógrafo mexicano Emilio Amero amigo de Álvarez Bravo y quien se anima a iniciar el rodaje de esa película con la colaboración del fotógrafo mexicano y su esposa Lola Álvarez Bravo. No tenemos imágenes de ese rodaje pero en las exposiciones de arte contemporáneo es tan importante lo que no se ve como lo que se ve, con ese dato conocemos el interés de Álvarez Bravo por el cine y ahí entra la presencia del único material fílmico que se ha rescatado de sus archivos.

 

El cine sería la otra pasión del fotógrafo y no olvidemos algo que sería parte de la historia secreta del arte mexicano de esa época, su no relación y competencia con el otro genio de la fotografía cinematográfica , Gabriel Figueroa de quien se acaba de estrenar un excelente documental con un título que bien se podría referir a Álvarez Bravo, “Miradas múltiples, la máquina loca” (Mallé, 2013). Don Manuel estaba siempre presente en los rodajes de su buen amigo Don Luis, el genial director de cine hispano-mexicano Luis Buñuel. Colaboró en varios proyectos y guiones cinematográficos con autores mexicanos, pero todo lo que fotografió se perdió o quizá en ese ímpetu autocrítica de sus inicios, lo destruyó. En la exposición se muestran por primera vez imágenes de celuloide de un documental que filmó por encargo del gobierno sobre la construcción de las grandes presas en diversos estados mexicanos. En esas imágenes de los años 50 vemos como regresa a su obsesión por la arquitectura de estas construcciones monumentales capturadas por su cámara como esculturas abstractas donde nuevamente casi no vemos a los trabajadores o la maquinaria de la obra. También se incluyen imágenes en súper 8 de sus filmaciones de la Ciudad de México, del tráfico de los calles ya en los años 70. de los transeúntes y los aparadores de la tiendas que encontramos en muchas de sus fotografías.

 

 

 

 

Álvarez Bravo era lo que el poeta francés Charles Baudelaire en “El pintor de la vida moderna” llamo un “Flaneur”, es decir, un paseante de la ciudad fascinado con sus calles, su gente y los más mínimos objetos del paisaje urbano. En definitiva, el era un paseante “al acecho” de las miles de imágenes que cada día nos ofrece la ciudad y lo que Walter Benjamin llamó sus “pasajes”. Muchas de sus fotografías se tomaron dentro de los maravillosos pasajes comerciales del centro histórico aun existentes, construidos según el modelo de los pasajes parisinos que estudió el filósofos alemán como alegoría de la modernidad.

La exposición dispone la selección de la obra de forma cronológica y en varia ejes temáticos. Esas primeras imágenes abstractas y sintéticas que también trabajaron los fotógrafos surrealistas como Man Ray se recogen en la sección llamada FORMAR, es decir, asistimos al periodo formativo del joven fotógrafo que a su vez forma y transforma la realidad captada por su lente. En la sección JUEGOS DE PAPEL, vemos su espíritu lúdico jugando con rollos de papel que forman esculturas imposibles, ondas , elipses y construcciones que parecen anticipar las arquitecturas delirantes de Frank Ghery.

En la sección titulada YACER, encontramos todas sus imágenes de personas y animales yacientes. La que es quizás su fotografía más famosa “La buena fama dormida”, obra encargada por el padre del surrealismo André Breton, el retrato del cuerpo de una mujer desnuda con claras referencias a las ninfas y odaliscas de la historia del arte o la imagen del obrero muerto tomada durante los disturbios políticos en Oaxaca. Desde la violencia y la muerte trágica hasta la “petite mort” del erotismo en las secciones tituladas VER y EXPONERSE, las últimas etapas de su longeva carrera artística dedicadas en cuerpo y alma a fotografiar el cuerpo de la mujer, de sus mujeres, de las mujeres. La mirada escopofílica y deseante que activa en nosotros espectadores el placer de la mirada, el deseo de ver las más bellas imágenes del cuerpo femenino.

 

 

 

La sección APARECER nos muestra el interés de Álvarez Bravo por el efecto estético y no documental de la imagen. Aquí encontramos algunas de sus fotografía más conocidas que ya son parte del imaginario mexicano. Los elementos de la cultura popular, los rituales, los paisajes y la naturaleza ahora ya captados por una lente modernista que los transforma y a veces los hace irreconocibles. Su obra va más allá de la asociación al folclor de un país exótico, a la retórica política del muralista de Rivera, Tamayo y Siqueiros o incluso a la poética del surrealismo dominada por Bretón autor del Manifiesto Surrealista que Álvarez Bravo jamás hubiera firmado. La complejidad y las múltiples influencias de su obra, de la literatura, de la música, de la gráfica y sobre todo del cine, la convierten en una fotografía única y originalísima, arraigada en la sensibilidad popular mexicana y a la vez tremendamente moderna.

 

 

 

Toda su obra se caracteriza por un discurso poético propio, autónomo y coherente en sí mismo construido década tras década reflejando las transformaciones de México desde la Revolución de 1910, la aparición del internacionalismo que rompía con la única influencia francesa del Porfiriato, el abrazar una cultura urbana sin abandonar la conexión con la vida rural y sus costumbres ancestrales, en definitiva, una fotografía experimental que explora todos los campos de la cultura mexicana y que siente una curiosidad ilimitada por captar la imagen aparentemente más intrascendente y convertirla en un objeto sublime.

Para disfrutar de una exposición como esta es preciso sumergirse en el universo poético del artista casi como si estuviéramos leyendo un poema en imágenes, ver las fotografías en silencio como lo que el filósofo francés Gilles Deleuze en relación al cine llama “imagen-afección”. Las fotografías de Álvarez Bravo nos afectan y nos hacen interrogarnos en torno a las relaciones entre la imagen y la palabra, los cuerpos y los objetos. Para concluir diríamos como el título de la exposición que Álvarez Bravo está al acecho para capturar ese instante eterno de belleza que nuestro ojo acostumbrado a la velocidad y superficialidad de la vida moderna no puede ver.

 

 

 

Dr. José Ignacio Prado Feliu

Fotografías en portada: Museo Reina Sofia | El Sol de México | Youtube

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